sábado, 16 de enero de 2021

Promesas que no se cumplen.

Hace unos meses le prometí, o mejor me comprometí, con mi amigo Ángel, escribir una o dos veces por semana en este blog. (Creo que no le dije el año..., y eso me salva) 

No he cumplido el compromiso que en realidad era una conjura para obligarme a hacerlo.

Pasa el tiempo. Después del calor viene el frío y otra vez el calor, y así sucesivamente. Para qué decir más.

No esperábamos esta puta pandemia, que por arte de alguien,  o de algo, nos está tocando sufrir. 

Aunque algunos (y algunas, of course) no se enteran. 

Especialmente los que nos dirigen(?), así como tantos cerebros blandos que residen en el ser humano. Mejor diría, en el humano. Porque ya dudo mucho de este tipo de especie apodada "seres humanos".

Por eso colega, creo, llevo ya una temporada cabreado, encabronado, antipático, descolocado, hecho un rollo, en el sentido moderno de la palabra. No me aguanto ni yo.

De salud ni hablamos, hermano. Todo se queda dentro y de nada sirve airearlo. 

Aunque me estoy librando con algunos driblings y recortes. Escapando de algunos placajes a duras penas. 

Tu de eso sabes algo, viejo zorro.

Hace tiempo que no siento el calor de la mano amiga, y mucho menos de la mano del amor, en mi espalda. Y de verdad te digo ahora que no nos oye nadie, que la necesito. 

Bueno, no sé... A todo se acostumbra uno y sobre todo cuando ya se van recogiendo velas como buen marinero. 

Marinero, sí. Como una querida y especial amiga me ha hecho ver. 

Lo de marinero, ¡eh! Lo de recoger velas NO, todo lo contrario.

Pinto poco, en todos los sentidos. Pero eso se va acabar. Mejor diría, eso va a empezar a acabarse

Bueno, amigo, que ya te estoy dedicando mucho tiempo y tú a mí ninguno. Además se me ha olvidado lo que te iba a decir.

Salud, Fuerza y Honor, camarada.

(Para mi colega, amigo y compañero, Maese de Poitiers).

 Espinas y Rosas.

Espinas y rosas.
Rosas con espinas.
Poesías con prosas.

En aquella esquina, 
al coger la rosa,
me pinchó una espina.

Ví las mariposas, 
volar a la encina.
¡Eran tan hermosas!

Rosas con espinas.
Espinas y rosas...

(De "Poemas en cajones olvidados"
 Autor.  Angel Maldonado Alba, Aelito)



viernes, 3 de abril de 2020

Seguimos incomunicados, colega.

¿Cómo te va, colega?

Te decía, allá por el mes de Julio o Agosto (¿de qué año?) si mal no recuerdo, "hace tiempo que no hablamos...". Porque, entre otras cosas, era cierto. Todavía lo es.
Seguimos sin hablar. Lo malo es, que cuando lo hagamos no vamos a recordar aquello de lo que queríamos hablar. Al menos yo. Seguro que yo no me voy a acordar.
Hoy , después de muchos años, retomo este blog de "El Rincón de Lugano" y me encuentro con varios borradores no publicados e incompletos. Entre ellos éste.
He decidido hacer un esfuerzo y tratar de escribir en el blog al menos tres veces por semana. ¿Por qué?. Bien, primero porque tenía que haberlo hecho mucho tiempo antes pero, especialmente y sobre todo, animado por mi buen amigo Angel, El Aelito.
El no sabe todavía que, sin saber y menos sin proponerselo, es el inductor, bendito inductor, de que yo me ponga a escribir de nuevo.
Uno de estos días te dedicaré una entrada solamente sobre él, para que lo conozcas un poco. Persona admirable, El Aelito.
Bueno, colega, por hoy ya está bien.
¿De qué estábamos hablando? No sé. No me acuerdo. El próximo día será. Un abrazo y no asustes muchos a los pájaros...

viernes, 30 de abril de 2010

La dieta del ingeniero.

Por las leyes de la Termodinámica, todos sabemos que una caloría es la energía necesaria para pasar 1 gr. de agua, de 21.5 a 22.5 grados centígrados.No es necesario ser ningún genio para calcular que si el hombre toma una copa de agua helada (200 ml o 200 g), aproximadamente a cero grados, necesita 200 Calorías para ponerla a un grado, Para que haya un equilibrio térmico con la temperatura corporal, será necesarias unas 7.400 calorías para que estos 200 grs. de agua, alcancen los 37 grados de la temperatura corporal (200g x 37 C).Y para mantener esta temperatura, el cuerpo usa la única fuente de energía disponible: la grasa corporal. O sea, que precisa quemar grasas para mantener la temperatura estable.

La Termodinámica, no nos deja mentir sobre esta deducción.Así, si una persona bebe una pinta de cerveza (aproximadamente 500 cc) a la temperatura de 0 grados, pierde aproximadamente 17.500 Calorías (500 g x > 37 C x 200 calorías).Ahora bien, no vamos a despreciar las calorías que tiene la pinta de cerveza, que son aproximadamente 1000 calorías para los 500 grs.Si se restan estas calorías, tendremos que una persona pierde aproximadamente 16.500 Calorías por la ingesta de una pinta de cerveza helada. Obviamente, cuanto más helada esté la cerveza, mayor será la pérdida de calorías.

Como debe estar claro para todos, esto es mucho más efectivo que, por ejemplo, andar en bicicleta o correr, con lo que solo se quemarían unas 1.000 calorías por hora.Así pues, adelgazar es terriblemente sencillo. Basta con beber cerveza bien helada, en grandes cantidades, y dejemos a la termodinámica hacer el resto.

CONTRA ESTO NO HAY ARGUMENTOS POSIBLES. ¡¡LA TERMODINÁMICA ES UNA LEY QUE NO MIENTE!!

(Recibido por email, el 29 de abril de 2010)

miércoles, 28 de abril de 2010

Hace tiempo que no hablamos...

Hola, Joao. Hace ya algún tiempo que deseaba ponerme en contacto contigo, viejo camarada. Pero la vida, los achaques y, sobre todo... ¡las deudas!, no me dejan ni respirar. Además (como tu bien conoces), no se contentan los hechos a quedarse simplemente en su estado primario, sino que hacen aparecer a los malditos efectos colaterales que, ¡vive Dios!, te firmo ahora mismo que son los peores protagonistas de la historia.

Como que siempre me lío con el preámbulo hasta se me ha olvidado un poco para que te quería escribir. Pero solo un poco, créeme. Si me enrollo un poquito más, seguro que me viene a la memoria.

Tratando de recordar esto - que sigo sin recordar - sí se me ha venido a la memoria cuando tu y yo eramos golfos. Bueno, golfos no, eso sería demasiado fuerte. Pero divertidos, sí.

¿Te acuerdas cuando me ligué a una chica hablandole de vectores?. Tampoco estuvo mal cuando nos subíamos a los patios a reparar antenas. Para ganar un dinerillo veraniego, decíamos. O nuestra primera salida juvenil (del pueblo y del plato), con tren de tercera incluido. No me sentó tan mal la cerveza como pensó mi tía, la hermana de mi madre. A tí, sí.

Por el pueblo casi tan mal como siempre porque está peor que antes. No conozco apenas a nadie, hasta tal punto que me siento apátrida en mi propio terruño. ¡Yo que no quise irme de aquí por no perder las raíces!. Me equivoqué. Pero ahora me he equivocado de nuevo al regresar. ¿Para qué?

Bueno, pues sigo sin recordar que quería hablar contigo. Te voy a tener que escribir otra vez, viejo.

Hasta pronto, si me acuerdo.

Fuerza y salud.

Maison de Poitiers.
Maestro picapedrero (por decir algo parecido)

sábado, 13 de junio de 2009

El batallón español (2ª entrega)

Y suspiró hondo, dramático, para la posteridad. Donzer siempre lo hacía todo pensando en la posteridad, un auténtico pelmazo que, por otra parte, nunca acertaba un pronóstico. Se escurría el magín durante horas y horas hasta idear una frase lapidaria, y las soltaba, a veces sin venir a cuento, con la secreta esperanza de que alguna terminase figurando en los libros de Historia. Es de justicia consignar que lo consiguió, tres años más tarde, en Waterloo. Aquello de "Wellington está acabado, Sire. Muy mal se nos tiene que dar", lo dijo él. Fino estratega.

(La sombra del aguila. Arturo Pérez-Reverte)

sábado, 9 de mayo de 2009

Consejeros

Quién no ha conocido en su vida a un consejero. Mejor diría, quién no lo ha sufrido.
Yo sí, por descontado. Y tu también, apuesto. Los hay, los más peligrosos diría con seguridad, que son gratuitos. Que no cobran, vaya. En dinero, claro. Pero que claro está lo caro que cuestan... Aquí el dicho "que lo barato es caro" debe ser sustituido por "lo gratis es carísimo".
A este grupo numerosísimo hay que unirles otros. Por ejemplo, se me ocurre el colectivo (palabro con cierta carga sospechosa) de los profesionales. Estos si cobran. Por partida doble. Uno como coste (elevadísimo) de la gratuidad intríseca con la que te abordan. Y otro en metálico, como corresponde (como debería corresponderse, corrigo) a su activos de conocimientos en la materia con la que pretenden ayudarte. ¡Ya!. Están los mixtos. Los que mezclan sabiduría, voluntad, morbo y al final, siempre siempre, soberbia.
A mí en el fondo me dan algo de lástima. Me apena verlos como, al final del reccorrido (largo, muy largo),se despiden de tí con cara de pena, de decepción porque no les ha he cho ni puñetero caso. ¡Pero como le vas a hacer caso! Afortunadamente te has dado cuenta a tiempo. Porque en caso contrario, de haber seguido sus consejos, el coste de la operación habría sido, bueno, mejor no calcularlo. Por eso, colegas, ojo, mucho ojo.
Os voy a dejar momentáneamente porque me está insistentemente llamando alguién al móvil (celular, para otros). Por cierto, es mi consejero de petanca, a lo que no he jugado en mi vida, pero que el hombre insiste en darme unas directrices, unas magníficas directrices, para la próxima eliminatoria en la que no voy a competir, claro.

Joao de Lugano

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Hugo nos ha dejado.

Desde hace unos días estamos intentando superar tu ausencia, Hugo. Te has ido como no te merecías y como no tendrías que haberte ido nunca. Es difícil, mucho, estar sin tí. Diariamente, todos contábamos compartir tu bondad, vivir tu serenidad. A veces, tu apatía. Otras, tu vitalidad. Tu calma nos calmaba. Eras como un pequeño remanso de paz viviente. En tu camino se cruzó la maldad y fuiste su víctima. No deseo entenderlo. Nos negamos a entender la crueldad. ¡Mi gatito chiquito y amable dónde estarás ahora! No nos hubiese gustado, pero hubíeramos preferido que te escapases con una gata, o con unos colegas, como los que tenías por los alrededores de nuestra casa. Descansa en paz. Nosotros, todos, nunca te vamos a olvidar. Da por seguro que cada día, todos los días, te estaremos viendo como te subes al árbol de la esquina.

Te queremos, Hugo.

jueves, 21 de agosto de 2008

Yesterday

El ayer es lo único cierto. Es lo único que tenemos. El presente pasa y se convierte velozmente, en un soplo, en el ayer. El futuro no existe. Siempre es negro. Puede ser que no exista por esta razón, no lo sé. Del ayer tenemos, entre otros activos, una bella canción, la más bella que jamás yo he oído: "Yesterday". Esta canción pertenece a mi ayer y tal vez también al tuyo.
Del ayer estamos seguros. Seguros de aquello que vivimos. Tan es así, que hasta estamos seguros de los ayeres de otros (y de otras). Con lo dificil que es saber de los demás...
El ayer puede tener color, puede ser incluso negro, como el futuro. También puede ser transparente o, por el contrario opaco. Puede ser decente o indecente; confuso o claro; sensato o descabellado; rico o pobre; también alegre o triste. O ambas cosas todas. Solamente lo sabe aquel que lo posee.
El ayer posee además los secretos. Está inundado de secretos. ¡Que bien guarda, el ayer, la frontera de lo que no vamos a permitir a otros traspasar!
Que distinto puede ser un mismo ayer para los amantes. Un mismo ayer es para los ricos descarnamente diferente que para el pobre. Esta es otra propiedad del ayer: poder ser individual o colectivo.
Mañana, el mañana, frente al ayer. ¡Cuántas veces has esperado que ese mañana se parezca tanto a aquél ayer!
Cómo te reconozco mi ayer, aunque me duela.
El ayer nunca se convertirá en futuro. Sin embargo el futuro sí se convertirá en ayer. Nunca mi gato me habló de mañana, pero sí recuerdo lo que hizo ayer.
John Lennon opinó de forma parecida a mí. Tanto que lo inmortalizó en la canción más sublime que jamás se ha escrito sobre el ayer: "Yesterday"
Hasta pronto que ya será ayer.
Joao de Lugano.
Agosto 2008.

sábado, 12 de abril de 2008

El caballero perdido.

I. La partida

“El mejor método, cuando tienes hombres bajo tu mando, es utilizar al avaro y al tonto, al sabio y al valiente, y darle a cada uno de ellos la responsabilidad que más le convenga”
Sun Tse.

El caballero templario se encontraba aquella madrugada en la cima del cerro observando toda la amplitud de la campiña que tenía bajo sus pies. El viejo soldado contemplaba el sol naciente apoyado en el pequeño muro. Mantenía los ojos entornados. Por su mente habían pasado, durante la vela de la guardia, momentos vividos en los últimos veinte años. Años de luchas contra el enemigo, contra los enemigos de Cristo y, especialmente, contra él mismo: su principal adversario. Debería, apenas estuviese el sol fuera y una vez relevado de la guardia, acudir a la capilla para los rezos de prima. Después recuperaría fuerzas en el refectorio mediante una sencilla colación. Rondaba los cuarenta y cuatro años, que cumpliría en el próximo veintitrés de julio de aquel año del señor de mil doscientos noventa y ocho, y aunque su cuerpo, curtido por cien batallas y mil jornadas de abstinencias, todavía se conservaba ágil y fuerte, su mente se le hacía cada vez más anciana y gastada. Después de la caída de varias plazas tiempos atrás inexpugnables en poco menos de cinco años, aquella guarnición le resultaba ya de poca utilidad. Sólo merecía la pena permanecer allí, si acaso, por la espera ansiosa de cierto acaecimiento anunciado por el comendador semanas antes y que sin duda estaba próximo a acontecer. De cualquier forma, esto no valía sino para aumentar más la desazón que ya de por sí le machacaba su interior.

Máximo de Hinojosa había nacido en una aldea pobre, de campesinos pobres, situada en la Baja Extremadura y perteneciente por aquel entonces al reino de Portugal. Su padre era vasallo del señor de Moura. Cuando falleció, contando Máximo doce años de edad, le dejó como herencia seis hermanos menores y el vasallaje de su señor, que le correspondía por costumbre como primogénito de la familia que era.

Con la edad de diecisiete años fue enrolado para servir en las tropas que el señor de Moura aportaba a la octava cruzada cristiana de Palestina, la segunda de San Luis. Aquel servicio supondría un buen alivio a las penosas condiciones de vida de él y de sus hermanos, al menos hasta su regreso de la contienda. A tal efecto fue embarcado un mes de enero en el puerto de Lisboa rumbo a Tierra Santa.

"Ay Roseta de Lisboa.
No me acuerdo de tu cara,
morena resalada.
Cosas que tiene el amor"

Tras cuatro largos meses de dura travesía, con escalas en diversos puertos del mediterráneo, la expedición cruzada atracó finalmente en el puerto cristiano de Jaffa. Máximo fue destinado, para servicio y gloria de la comunidad de Cristo, como escudero de un caballero lego cuyo cuartel estaba en el castillo que el Temple tenía en Athlit. Aún le restarían días de larga marcha por el desierto antes de incorporarse definitivamente a su destino.

Mientras Máximo apuraba sus reflexiones, Ramiro de Silva asomó por el repecho de la pequeña loma. De un pequeño salto, se incorporó ágilmente al costado del hermano soldado.
- Bendiciones, Máximo. ¿Novedad en la guardia? – dijo, a modo de saludo.
- Ninguna de especial mención. Largas y duras cada vez más me resultan estas vigilias. Y vos, ¿traéis alguna de allí abajo?.

El gesto, a modo de respuesta del joven recién incorporado, dejó entrever, sin lugar a duda, que se seguía manteniendo en la guarnición la tensa expectación de la espera.
- Os dejo. Voy a los rezos en capilla. No descuidéis la vigilancia del flanco derecho. Pueden ser visiones mías, pero me ha parecido apreciar cierto movimiento, apenas nada. Sin embargo, algo se ha agitado en la hondonada que lleva a la playa.
- Quimeras de un viejo soldado. – espetó Ramiro mostrando una amplia y limpia sonrisa en su rostro redondo.
- No lo pongo en duda. Pero vos, vigilad. – insistió Máximo.
- Id a vuestros rezos, y que el Señor os acompañe.
Empezaba a clarear. Las formas difusas del castillo-abadía surgían en la distancia. Situado en la otra loma, más al norte, la mole de piedra se erigía majestuosamente sobre la meseta. El edificio principal, de forma octogonal aunque no totalmente regular, estaba rodeado por una muralla cuadrada cuyos muros tenían una altura de casi treinta pies. Visto en la lejanía conforme amanecía, y después de una larga vigilia de centinela, producía un cierto sentimiento de alegría, una grata sensación de amparo. En lo más alto del torreón ondeaba la bandera de la orden.

“La primera vez que la vi, no podía suponer lo que iba a representar en mi vida esta enseña, estos muros y todo lo que en allí se encierra”. Se ajustó la cota de malla. Tragó saliva y empezó a bajar la cuesta. Una racha de viento húmedo procedente de la costa le batió el rostro. “Tengo miedo – dijo para sí”.

El milagro se había producido. Nada más llegar al patio principal, el hermano sargento se le acercó con agitación y le conminó aligerarse en dirección al cuarto de armas donde el capellán de la abadía esperaba para hablar con él.

Las órdenes eran claras y concisas. Debería abandonar el castillo en el plazo máximo de tres noches para que, acompañado de un ayudante escogido por él mismo, dirigirse a Ruan, donde recibiría instrucciones de la misión que debería llevar a cabo. Misión que había sido personalmente dictada por el comendador.
-¿A quién escogeréis como escolta? – preguntó el abate.
- Ramiro es buen soldado, solo que algo inexperto. Tendré que elegir entre la voluntad y la crueldad, respondió sin muchas ganas.
- Deberéis andar con mucho cuidado, Máximo. El peligro os lo encontrareis más en la voluntad de los hombres que en sus armas. Los tiempos son de revuelo y confusión política. Las intrigas son las espadas contra las que hoy nos enfrentamos. Lo malo es que lo hacemos entre nosotros.- aseveró con tristeza el más anciano de los monjes.
- Nos han entrenado para saber quien es el enemigo directo. Al que hay que combatir en el campo de batalla. Yo no sé enfrentarme a otro tipo de adversario, salvo yo mismo.

La reflexión en voz alta del soldado sirvió de punto final a aquella breve entrevista.

La expedición estaba lista apenas pasados dos días. La componían dos mulas con toda la carga necesaria para un viaje de casi treinta jornadas de marcha, - mitad desierto - dos de los mejores caballos de la cuadra, al tiempo ágiles y fuertes, que pudieran servir tanto para la marcha como para salir airoso de posibles escaramuzas que a buen seguro tendrían que enfrentarse. Máximo se decantó por Roger como acompañante y auxiliar en la misión. Roger era buen jinete, válido para las operaciones de rastreo y más que un buen soldado empuñando un arma. Sobre todo con la espada larga que todo templario poseía como parte de su impedimenta de combate.

La batalla sicológica y de astucia la reservaba sólo para el.

Joao de Lugano
Abril 2008.

domingo, 3 de febrero de 2008

El Imperio (continua)

Stalin ordena la demolición de la más grande edificación sacra de Moscú. Dejemos volar nuestra imaginación por unos momentos. Corre el año 1931. Imaginémonos que Mussolini, que en aquella época gobierna Italia, ordena derribar la Basílica de San Pedro de Roma. Imaginémonos que Paul Domer, que por aquel entonces es el presidente de Francia, ordena derribar la Catedral de Notre-Dame de París. Imaginémonos que el mariscal Pilsudski oredena derribar el Monasterio de Jasna Góra de Czestochowa.
¿Somos capaces de imaginarnos algo semejante?
No.
... En una noche cercan la inmensa plaza alrededor del templo y ya de madrugada ponen manos a la obra...
El Imperio (Ryszard Kapuscinski)

sábado, 5 de enero de 2008

El batallón español



"-Los va-van a de-descuartizar - tartamudeó el general Labraguette, resumiendo el pensamiento de los que estaban en la colina.


Labraguette era el optimista del Estado Mayor imperial, así que la cosa estaba clara. El 326 tenía por delante menos futuro que María Antonieta la mañana que le cortaron el pelo en la Conciergerie. Sin embargo, al oir a Labraguette decir aquello, el Enano se puso el catalejo bajo el brazo y apoyó el mentón en un puño, frunciendo el ceño. Era el gesto que siempre ponía para salir en los grabados y ganar batallas, y solía costarle a Francia entre cinco y seis mil muertos y heridos cada vez."


(La sombra del águila, Arturo Pérez Reverte)

miércoles, 2 de enero de 2008

El Emperador

"El tiempo comprendido entre las nueve y las diez de la mañana lo pasaba Su Majestad en la Sala de Audiencia distribuyendo nombramientos, y por eso a esa hora se le llamaba la "hora de los nombramientos". El Emperador entraba en la Sala, donde le esperaba una ordenada fila de dignatarios señalados para algunos de ellos, dignatarios que se deshacían en sumisas reverencias. Nuestro Señor se sentaba en el trono y, una vez hecho esto, yo le colocaba un cojín debajo de los pies. Esta operación debía realizarse sin la más mínima demora a fin de que no se produjera un momento en que las piernas del Honorabilísimo Monarca quedasen colgadas en el aire. Todos sabemos que Nuestro Señor era de baja estatura y que, por otra parte, el cargo que ostentaba requería que mantuviera una superioridad ante sus súbditos también en un sentido estrictamente fisico..."
(El Emperador, Ryszard Kapuscinski)

lunes, 31 de diciembre de 2007

Fin de año


Findeaño, findeaño...¡Cuan efímero eres findeaño, que apenas duras lo que dura una sóla campanada del reloj!, aunque nos hayamos empeñados que dura doce. Las cosas que pueden suceder en un solo segundo... En tu caso, que desaparezcas. Nuestro caso es algo más complejo. A ver. A unos - muchos, incontables, diría yo - les gustaría estar en tu situación: ¡Plaff!, y desaparecer. A otros, perdurar. A mí ni lo sé, si te soy sincero. Como yo, muchos. El resto, saltar y brincar. Bueno, así fue como sucedió, chispa más, chispa menos, cuando tu antecesor desapareció. Parece, de verdad, que estemos deseando desembarazarnos de tí, con lo bueno que has sido con nosotros. Parece mentira cuando nos hemos estado viendo todos los días, cada día. Inseparables. Y ahora..., ¡que te vayas! La raza humana es desagradecida, comprobado. Mi gato no ve las cosas así. Todavía, a la fecha, nunca me ha preguntado si se me ha olvidado comprar las uvas. Para que tu veas. Pero eso sí, llegará el día que lo haga, si no al tiempo... ¡Ah!, perdón. Cómo puedo hablar del futuro a alguien que está a punto de desaparecer. Ciao y que sigas siendo bueno.
Joao de Lugano

sábado, 22 de diciembre de 2007

Conciencia clara, conciencia oscura



Cuando salimos sabíamos que todo el firmamento estaba a nuestro favor. La nave funcionaba adecuadamente. El tiempo era bueno y nuestros ánimos estaban en lo más alto. Al caer la noche, todas las estrellan nos saludaban tintineantes. Unas brillaban más que otras, las más lejanas. Una brillaba especialmente. Con colorines, dijo el pequeño. El rumbo era firme y directo hacia levante, mejor hacia oriente. Al subir iba desapareciendo de nuestra vista el suelo que hacía muy poco pisabamos. El ruido era zumbón, agradable y extraño. Pero así era. Poco a poco nos íbamos acostumbrando a estas sensaciones. Ninguno de nosotros nos atrevíamos a comunicarnos con los demás. Nadie dormía. La vela era silenciosa y espesa. No era el miedo lo que nos condicionaba. Nos dijeron muchas cosas sobre nuestro destino. Tantas que yo, al menos, me sentía confuso, sin saber que pensar acerca de que podíamos encontrarnos. La carga que portabamos en las bodegas de la nave era apropiada para nuestra raza, pero ¿sería bien recibida por los habitantes de nuestro punto de destino?. En el caso de que allí existiese alguien...
Nos posamos suavemente, sin estridencias. Cuando los motores se apagaron el silencio fué absoluto. Alguien, que había mirado por una de las escotillas una vez que la polvareda se disipó, avisó a los que estaban cerca. El paisaje que veían era espectacular. Multitud de postes de un material extraño culminados por no más extrañas piezas de color verde. Al fondo se percibía, se adivinaba, diría yo, una línea ancha de color gris con reflejos plateados.
Descendimos tropezando por la escala hasta tocar suelo. De pronto algo, de golpe y sin avisar, se presentó ante nosotros. Con un sonido ronco que salía de su interior, nos dijo algo, que más tarde supimos lo que quería decir: "Bienvenidos colegas, soy Sabina, Joaquín Sabina".
Joao de Lugano

jueves, 20 de diciembre de 2007

El Imperio (y sigue)

¡Cuántas victimas, cuánta sangre y cuánto dolor ha causado la cuestión de las fronteras! No tienen fin los cementerios donde yacen aquellos que murieron en el mundo defendiéndolas. Igual de infinitos son los cementerios de los osados que intentaron ampliar las suyas. Podríamos dar por sentado que la mitad de los que pasaron por nuestro planeta y murieron en el campo del honor exhalaron el último suspiro en batallas por una frontera.
(El Imperio, Ryszard Kapuscinski)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Navidad, dulce Navidad


Estamos entrado en la navidad. Sin darnos cuenta y sin apenas haber tenido tiempo de cerrar la sombrilla de la playa. Convecido estoy que el ser (humano) necesita estos cambios de clima: físicos, meteorológicos y, especialmente, sociales. Aunque proteste. Aunque cada año, y todos los años, los alimentos (en estos días) le parezcan peores, más escasos y de mayor coste. Celebramos las fiestas como autómatas. Creo que las costumbres, las sociales, se han debido inocular de tal manera en nuestro organismo, que ya no se trata de hechos de naturaleza venidos de fuera - exógenos, diría otro -, sino que obedecen a mecanismos biológicos procedentes del interior. Eso sí, seguimos creyendo que no, qué ahora es así, porque así lo dice calendario. Porque ahora toca. Rasputín no tenía estos problemas, creo. De lo que sí estoy seguro es que ahora no los tiene. Afortunado él, que no tiene el deber de participar en las mesas de empresas (comidas, cenas y caraoques), convertidas en rutinarios rituales, porque así lo mandan las fechas. Que quereis que os diga más, que vosotros no sepais. ¡Bailad, malditos, bailad!, como refería la frase famosa.
Felices fiestas.

Joao de Lugano

jueves, 6 de diciembre de 2007

Hace tiempo que no escribo en mi querido blog. Las circunstancias de la vida, queridos. Excusas en realidad, ya que escribir aquí para mí es un placer. Porque lo hago para mí, en primer lugar, y, si tu lo lees, entonces doble satisfación. ¿Por qué escribir? El ser humano -¿lo somos?- necesita comunicar lo que hay en su interior. El primer trabajo es descubrir lo que hay dentro. A veces no se es consciente de tener algo. Siempre se tiene algo. Una pena puntual, aguda, ácida. Un secreto soportado durante casi toda una vida. Un gozo efímero. Algo, siempre hay algo. Escribir sobre ello es reconfortante. Hay que escribir para el otro. Para tu otro yo, ese que siempre está por encima de tí, de la percepción física que tienes de tí. Por eso, queridos, hoy he vuelto a escribir.
Ciao.

Joao de Lugano

sábado, 6 de octubre de 2007

Adiós Carlos.

Otro adiós a un amigo. ¿Qué vamos a hacer, Carlos, todas las noches cuando detras de los "pitos" de tu horaventicinco no oigamos tu voz?. ¿Te das cuenta lo que nos acabas de hacer? Tengo miedo al desamparo de no sentirme envuelto por el calor de la voz amiga. Sabíamos que había llegado esa hora mágica, inconscientemente buscada como bálsamo nocturno, cuando empezabas a hablarnos. Es muy dificil describir esto. Tu llama, Carlos Llamas, no se nos apagará jamás en nuestros corazones. Descansa en paz, y cuando veas a Luciano, ya sabes lo que tienes que decirle. Adiós, amigo. Estamos muy tristes, de verdad.

Joao de Lugano

martes, 2 de octubre de 2007

El IMPERIO

Los gritos, el llanto, los fusiles, las bayonetas, los rostros furiosos y bañados en sudor de unos marineros llenos de ira, de una rabia y de un terror desconocidos e incomprensibles, todo eso está allí, en aquel puente sobre el Pina, en aquel mundo en que entro cuando tengo siete años.
(Ryszard Kapuscinski, "El Imperio")

jueves, 6 de septiembre de 2007

Pavarotti

Hoy ha muerto el tenor. El gran tenor. Un brindis por su espíritu. Donde estés, donde quiera que estés, que seas feliz. Deseo, y exigo, que no haya en todo tu ser, ni un solo rastro de las cicatrices de tu enfermedad, del maldito cáncer, sea cual sea la forma que ahora tengas. Ojalá puedas seguir cantando donde estés. Si puedes nos lo cuentas..., mejor no te molestes. Saluda a todos aquellos que tu sepas son conocidos nuestros..., mejor no te molestes. Si quieres y puedes, y sigues cantando, abre una pequeña espita en el infinito, para que te oigamos un poco..., mejor no te molestes. Ciao, caro.

Joao de Lugano

domingo, 26 de agosto de 2007

Actualmente. Primeros días

Es posible que mañana sea otro día, esto es lo que decía el poeta, la canción, o no me acuerdo bien quién. El caso es que, efectivamente, mañana será otro "yorno". Hoy, después de un tormentón espléndido, ha salido el día bueno. Bueno..., con bochorno, calor por supuesto, pero sin lluvia.
A mí los días nublados, y sobre todo bien mojados, me gustan especialmente cuando justamente deberían ser todo lo contrario: luminosos, claros, con sol, en fín, ya sabeis.
Hoy ni lo uno ni lo otro.
Hoy sí he leído uno de los cuentos que acaba, no sé si de escribir, pero si publicar Allen, Woody Allen - ah, perdón esto pertenece a Bond; lo siento- Pues bien, en este cuento, nuestros viejo conocido reflexiona sobre la suerte que todos tenemos porque ya hay respuestas a algunas preguntas vitales que nos hacemos: "...es para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación", dixit.
Recomendable su lectura. Esto podría venir bien para confirmar que, lo dicho en el día de ayer: "mañana será otro día...", es totalmente cierto y que, por tanto, también aplicable al día de hoy, al de mañana. A pasado mañana, no sé. Está muy lejos.
Hasta mañana, que será otro dia.

Joao de Lugano

sábado, 25 de agosto de 2007

Pedrito

Este es Pedrito. También se le conoce por Pedro, Pedrín y por otros nombres parecidos (yo a menudo le llamo "colega"). Todos ellos expresando siempre un especial cariño por este ser que un día llegó a nuestras vidas sin hacer ruido...Está incorporado con aunténtica normalidad en todos los actos y discurrir de nuestra vida y de nuestras vidas. Asiste en confortable silencio a todo lo que ocurre a su alrededor. Lo que no sabemos es lo que piensa de verdad. Tampoco nos atrevemos a preguntarselo.

Joao de Lugano

Historias a la carta: 1ª entrega.

Primer día, primera noche.

Mi historia, esta historia, empieza en el mar. O al lado del mar. Todas las historias tristes que conozco han comenzado en el mar.

Alguien como yo era entonces, cuando la historia que voy a empezar a contar se inicia, podría no haber sido de esa manera, con lo que la historia habría sido otra. Seguro que no habría comenzado en el mar, porque seguro no habría sido una historia triste, al menos tan triste como la que sí fue. La de verdad, la que sí sucedió.

En aquel día de julio, y después de aterrizar en aquel feo aeropuerto, me sumergí en una espiral de sucesos vulgares y de difícil control, puesto que no era yo quien marcaba los tiempos. A una reunión absurda en la que estuve pero a la que no asistí en realidad, le siguió una copiosa y espesa comida regada con más vino y licor tan fuerte como el mismo diablo. Resultado, me encontré caminando por aquella playa, entre barcas deterioradas de pescadores pobres, con la chaqueta a la torera, la corbata desabrochada y con un tajón de aquí te quiero ver. Me costó trabajo llegar al hotel. Por ser el primer día, no estaba mal- supongo que pensó el de recepción. La siesta me duró cuatro horas. Me desperté abotargado, con dolores diferentes en todos los puntos de mi cerebro. El sake me llego fino y al fondo.

Tan despistado estaba que no supe que iba a hacer, ni donde estaba durante las siguientes dos horas. Me dormí de nuevo. A las siete sonó el teléfono. A las ocho un taxi me recogía en la puerta del hotel para volver de nuevo al lugar de la reunión del día anterior. Se trataba de una fábrica de puros fuera de la ciudad y de la que no me acordaba en absoluto haber estado allí. Y les juro que sí, que sí había estado.

Joao de Lugano.